Adish Los personajes Conoce a Rosa Parks

Conoce a Rosa Parks

─¡Eh! ¿Señora? ¿Se encuentra bien? ¿Necesita ayuda?

─¡No! Gracias, Lu.

─¡Oh, vaya! Sabe mi nombre, pero yo no tengo tal placer.

─Claro que te conozco. Y las historias que se cuentan de ti, también.

─Solo quería ser educado con una señora y ahora me tiene intrigado.

─Y eso te encanta, ¿eh?

─Voy a hacer una cosa, voy a pasar por el agujero que tiene ahí delante de la verja y me sentaré un momento a su lado. Si me lo permite.

─Se lo permito. Porqué no. ¿Qué puede pasarme que sea peor?

─Por cierto, ¿qué hace aquí sentada? Si también me permite que se lo pregunte.

─Concreta algo más, hijo.

─Aquí, en las escaleras de un almacén abandonado en medio de nuestro desastroso barrio.

─Porque aquí empezó todo, hace unas semanas, cuando se cayó mi hermano y un par de policías, que casualmente pasaban por aquí, lo llevaron al «si lo sé no vengo» para terminar muriendo sin ser atendido.

─¡Dios mío! Es familiar de Luther.

─Su hermana, Rosa.

─Diría que es un placer conocerla, porque he oído hablar mucho de usted, pero dadas las circunstancias no me parecería apropiado.

─Pero ya lo has dicho.

─Cierto. Pero, aun así, sin querer ofenderla y siendo como soy tan puntilloso, no ha contestado a mi pregunta.

─Perdona, hijo. Es que no estoy muy centrada. ¿Cuál era?

─¿Qué hace aquí sentada?

─Intentando airearme y despejarme para ver si logro tomar una decisión que me hará sufrir mucho, pero que lo cambiaría todo.

─Creo que, si tanto me conoce, sabrá que no puedo evitar querer saber cuál es esa decisión. Y prometo ver si puedo hacer algo por ayudarla.

─¿Ayudarme? ¿Qué tal si intentas ayudarte a ti? Que menudo desastre de vida tienes, y deberías dejarte de tantas tonterías y acudir a tus amigos, que tanto te necesitan en estos momentos.

─Ya, claro. Está claro que sabe mucho más de mí de lo que yo pensaba. Y si quiere, luego hablamos de ello, pero ¿qué tal si primero hablamos de usted?

─¿En serio? ¿Quieres hacerme una de tus entrevistas?

─Efectivamente.

─Pero hijo, ¿es que no tienes vergüenza?

─No me malinterprete. No pienso publicarla, escribirla ni mucho menos archivarla. Lo que quiero es ver si de esa manera puedo ayudar a despejar su mente, y quizás así le ayude a la toma de esa decisión tan difícil.

─De acuerdo. Pero te lo advierto, como vea algo de lo que vaya a decir ahora, escrito o mencionado en algún sitio, te buscaré, te sentaré en mi regazo y me estaré tanto tiempo dándote azotes que ese escuálido culo blanco terminará pareciendo negro.

─Está bien, está bien. Me doy por amenazado porque, realmente, creo que haría lo que me acaba de decir.

─Cuenta con ello.

─Bien, pues empecemos por lo más sencillo. Ya sabe, nombre, profesión, etc.

─Doctora Parks, Rosa. Doctora en psiquiatría desde hace muy poco. Y mi edad, si no te importa, me la guardo para mí

─Digamos que atemporal.

─Mira, una gracia que te voy a perdonar porque sí que me ha hecho gracia.

─Pues no se le nota nada. Vale, vale. ¿Sabría escoger un ser mitológico que realmente la representara?

─Desde luego. Una hidra sería lo más apropiado.

─La serpiente de cuatro cabezas.

─El dragón, más bien, y podrían ser cuatro o siete, y nunca serían suficientes.

─¿Para atacar a sus enemigos y devorarlos? ¿Vengativa?

─En absoluto. Para poder verlo todo a mi alrededor y proteger a todos los que quiero para que, cosas como lo que le ha sucedido a mi hermano, no vuelva a ocurrirle a nadie.

─Claro. Los seres, como las personas, no tienen por qué ser blanco o negro.

─No solo es por protección, es por justicia, por tener un lugar al que poder acudir, gente con la que contar. No sé cómo decirlo.

─Creo que la he entendido. Parece más una trabajadora social que una psiquiatra, la verdad.

─Soy doctora, pero ten claro que mis inquietudes y formación es mucho más variada de lo que ese título da a entender. Así que, hijo, no te burles de mí.

─En absoluto. Intento ubicarla en un tipo de persona que pueda identificar, y me está costando, porque está claro cuál es, pero intenta ser demasiadas personas en una.

─Ese es mi dilema. Escoger quién debo ser.

─¿Y quién quiere ser? ¿No cree que esa pregunta también es importante?

─Intento dividir mi cabeza en todas esas partes. Quién quiero ser, quién necesito ser y, claro, cuántas personas necesito ser

─Quizás ese es el error.

─No entiendo a qué te refieres.

─No puede ser todas las personas que necesita. Eso es obvio. Pero seguro que entre la gente maravillosa de este lugar puede encontrar las personas que necesita para conseguir lo que cree que necesitamos y nos merecemos.

─Eso es verdad. Pero antes, debo hacer algo.

─¿El qué?

─Justicia. No puede quedar así lo de mi hermano. Deben cambiar las cosas en el hospital. No solo es que deban pagar por lo que pasó con mi hermano, sino que debe hacerse limpieza, depurar responsabilidades y convertirlo en lugar de atención para todo el mundo, sin importar el color de su piel.

─Eso es una batalla muy difícil, muy dura, y muy cara. ¿Cómo piensa embarcarse en semejante aventura usted sola?

─No estoy sola. Esta mañana, precisamente, me ha contactado un niño rico con muy buenas intenciones. Tiene dinero, es abogado, conoce nuestra situación y quiere ayudarme.

─¡Madre mía! Es una noticia para estar feliz. Entonces, ¿por qué no lo está tanto?

─Lo primero que me preguntó es si estaba segura de poder llegar hasta el final. Porque iba a ser un proceso largo, duro, en el que no solo me vería yo expuesta, sino, seguramente, toda mi familia, compañeros de trabajo, estudios, etc.

─¿No cree que los que la conocen estarían dispuestos a todo lo necesario por usted y que lo entenderían?

─Lo que pasa es que es una responsabilidad que no sé si quiero, que no sé si puedo asumir, que tengo que estar segura de querer y de ser capaz de gestionarlo como se merecen.

─Yo, lo que creo, es que en realidad la decisión ya la ha tomado, y que está aquí, pidiendo al espíritu de su Luther que le dé las fuerzas necesarias para soportarlo.

─¡Ja, ja, ja!

─No me lo puedo creer, si puede reírse.

─Tienes toda la razón. Por Luther, con Luther, todo es posible. Era la luz de mi corazón y ahora será el faro de mi alma.

─Bueno, eso ha sido muy poético. Ahora, vayamos a la siguiente pregunta.

─No creo que sea necesario continuar, así que me levanto y me voy a casa. Debo llamar a ese tal John Baltimore Knight.

─¿John Baltimore Knight?

─¡Sí! ¿Lo conoces?

─No lo creo. No sé. Pero me suena muchísimo ese nombre. Y la verdad, no creo que hagan falta más preguntas. Con lo que me ha contado creo ya conocerla mejor de lo que hubiese imaginado antes de sentarme a su lado.

─Acompáñame hasta salir de esta parcela. Si puedes seguir mi paso, claro está.

─Voy, voy. Qué velocidad.

─Tus amigos te necesitan, Lu. Machi, sobre todo.

─Lo imagino. Pero, ahora, estoy muy perdido yo también y no estoy en condiciones de ayudar a nadie.

─A mí me has ayudado.

─No es verdad. Tan solo la he ayudado para aceptar la decisión que ya había tomado.

─¿Ves? Eres más sabio de lo que parece. A ver si pones orden en tu vida y haces algo de provecho. Si todo va como me gustaría, en unos años, vamos a necesitar mucha gente como tú por aquí.

─Espero estar a la altura cuando llegue el momento, Rosa.

─Doctora Parks para ti.

─¡Dios mío! Lo que me va a tocar sufrir con usted.

─No más de lo que yo voy a sufrir contigo. Eso, te lo aseguro.

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