Adish Los personajes Conoce a Ricochet

Conoce a Ricochet

─¡Por Dios, John! ¿Con qué te alimentas?

─Yo lo que no entiendo es como te empeñas en castigar tu cuerpo de esta manera. Sabes que no eres rival para mí.

─Ya, ya, ya. Si eso está claro. Pero no pienso darme por perdido. ¿10 km en menos de una hora? Claro que puedo.

─¿Sin morir en el intento? Eso está por ver, ja, ja, ja.

─No te rías de mí y deja que recupere el aliento.

─Tranquilo. Recupérate, y vamos a desayunar donde siempre.

─¿Donde siempre invitas tú, quieres decir? Por Dios, que no respiro.

─Exacto. Calma. Estira y respira.

─Pues mira, el otro día, cuando fui con Machi a la librería…

─Sí. Ya nos contó Machi lo que pasó y tenemos que…

─Sí, sí, sí. Vale. Ya sé lo que me vas a decir. Pero mira, lo curioso es que se empeñó en que le hiciera un perfil.

─¿De alguna página web para ligar?

─No, hombre, no. Un perfil de los míos que adjunto a las historias que escribo, o para cuando entrevisto a alguien para algún periódico.

─¡Ah! ¿En serio? Me sorprende. Con lo que os conocéis, podrías haberlo escrito por él.

─Pues no creas. Él sí que me sorprendió con algunas de las respuestas. Los últimos años creo que nos han cambiado a todos.

─Desde luego. Eso no te lo puedo discutir.

─Y, a lo que en realidad iba, recordé que en realidad fue tu historia la primera que coleccioné. Y, aunque, obviamente, no llegué a publicarla, sí que tuve hecho tu perfil.

─Me acuerdo y, nuevamente, te agradezco que no intentaras publicarla.

─Pero hay algo que me intriga.

─Tu dirás. Y ya que te encuentras mejor, ¿qué tal si vamos andando?, que tengo hambre.

─¿Estás seguro de que mantendrías todas tus respuestas?

─¿La verdad? Ni me acuerdo de las preguntas.

─Venga, pues yo sí. Así que…

─¿Tú? ¿Acordarte? No me intentes engañar.

─¿A tí? No podría. Está claro. Vale. Esta noche me puse a buscarla y a memorizarla para sacarte el tema hoy.

─No te pares o no llegaremos nunca. Empieza.

─Vale. John Baltimore Knigh, abogado. Eso sí que no ha cambiado.

─Actualmente, si te refieres al trabajo que desempeño, preferiría el de orientador legal. Sería más preciso.

─Que quisquilloso, por dios.

─Últimamente mencionas mucho a Dios. ¿Debe ser por el encuentro con tu nuevo amigo?

─No saquemos ese tema ahora. A ver. Como ser mitológico te veías como Rama, avatar de Visnú.

─Ejemplar, fuerza, constancia, vida virtuosa y el valor de la justicia. Yo diría que lo mantengo.

─Y cero soberbia, también.

─La falsa modestia me hastía. ¿Crees que no es una buena definición de las características principales de Rama?

─No hay forma de hacer bromas contigo, hijo. Ja, ja, ja. No podría ser más precisa. Esa es la verdad. Bueno, en realidad era una pregunta más pensada para que se escogiera un animal, pero con esa elección me escogiste también la siguiente pregunta, que era una persona histórica con la que te sientas identificado.

─Sí. Lo mantengo. Aunque sé que te molestó, porque decías que la mitología no es historia, y yo discrepo. Siempre hay algún poso de verdad detrás de las fantasías que rodean a las respuestas de los desconocidos.

─Te diría que con lo que me está pasando últimamente, estoy más cerca de darte la razón que nunca.

─Madama Butterfly.

─No me llames cosas tan bonitas cuando estoy con la guardia baja.

─¡No, idiota! Me he acordado de la siguiente pregunta. Una historia que me fascinó desde que era pequeño me llevo a verlo mi… Bueno, es igual. Me fascina.

─¡Ah, claro! Pero será Madame Butterfly. Es francés.

─¡No, idiota! Y te llevas una colleja. Es italiano. Giacomo Puccini, libreto original en dos actos, pero interpretado en tres…

─Vale, vale, vale. No sé para qué intento discutir contigo. Si lo sabes todo.

─Lo sabes bien.

─Empiezas a recordarme a Lord Henry Morgan.

─!Ah, no! Por ahí no.

─¿Y lo de tu última cena? No me digas que no hay que ser pedante para escoger la última cena de Cristo.

─¿En serio? No me digas que no sería catártico terminar tus días en ese lugar, acompañado de esas personas en ese mismo momento.

─¿No sería por resucitar con Jesús?

─Cuando tenga que morir será porque ya no hay nada más que pueda hacer, y decidiré irme yo mismo.

─Se ve que lo de pedante te ha resbalado por completo. Además de vago, porque te limitaste a decir que esa época y ese lugar es precisamente en el que te perderías y donde te gustaría haber vivido.

─Cansado de luchar contra lo establecido, pensaba que vivir un momento histórico que marcó el futuro de la civilización era un cambio sustancial en mi vida. Y no te rías. Pero eso sí es algo que cambiaría de mi perfil.

─¡Ah! Mira tú por dónde.

─La verdad es que no me movería de aquí, de este momento, del centro Luther Parks. Creo que es donde más y mejor puedo hacer por quienes más quiero.

─¡Tío! Voy a llorar o a potar con tanto endulzamiento. Lo tengo que pensar.

─Mira que puedes llegar a ser idioma. ¿A que estuviste anoche con Machi?

─Claro, lo del futuro lo cambiarás también, ¿no?

─Obviamente. Negro. Todo negro, incierto, desconocido. Es lo que veía. Y ahora, mi anterior respuesta sigue valiendo para esta pregunta. Ese es mi futuro.

─Hasta que decidas morirte mirando la última cena de Da Vinci en el refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie, en Milán.

─Mira quién decidió consultar la Wikipedia antes de hablar conmigo.

─¡Coño! Es que me pillas todas.

─Te conozco demasiado bien. Demasiado hemos compartido.

─Cierto. Por eso imagino que cambiarás la última respuesta. Descubrir lo de tu familia… ¿Seguirías queriendo que nunca hubiese sucedido?

─No. La verdad es que me alegra. Una vez superado, asimilado, aceptado hasta las consecuencias, puedo decir que me alegra que pasara. Si no, no me encontraría aquí intentando que mi mejor amigo deje de arrastrarse por el suelo como una babosa.

─¿Entonces?

─¿Entonces, qué?

─¿Cual sería tu respuesta hoy en día?

─Pensaba que sería obvia.

─No me líes, John. Que me mareo.

─Volvería al momento en el que el primer miembro de mi familia cedió ante la tentación y acudiría en su ayuda para hacerle consciente de las consecuencias.

─¿Y si no lo convencieras?

─Lo mataría.

─¿Qué?

─¿Ves como contigo tampoco se pueden hacer bromas?

─Pero John, no me jodas. Me has dado un susto de órdago.

─Para serenarte antes de abrirte la puerta de la cafetería. Que no puedo permitir que entres con esa cara de muerto cuando sé que hoy está de turno la camarera que tanto te gusta.

─Quizás una palmadita hubiese valido.

─Pero no entraríamos riéndonos los dos como estamos haciendo.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Related Post