Adish Los personajes Conoce a Gio, Salvo y Sunshine

Conoce a Gio, Salvo y Sunshine

─¿Quieres levantar el culo del sofá y venir a ayudar en la cocina?

─Salvo, viejo amigo, solo hago lo que me ha pedido tu mujer mientras acuesta a vuestra hija.

─¿De qué estás hablando?

─Me ha dicho que no hace falta que ayudara. Es más, me ha pedido que ni me mueva. No vaya a ser que tire el vino.

─¿No crees que se referiría exclusivamente a que no te molestaras en ayudar a llevar a Sunshine a la cama?

─Yo tan solo obedezco a Gio sin rechistar.

─¿Desde cuándo? ¡Oh! Mierda. Que se me caen los platos. Termino de fregar y ya voy.

─Mira, Salvo… Ah, ya estás aquí. Mira, Salvo, coge tu copa y brindemos.

─¿Por quién o qué?

─Por la familia.

─Perfecto.

─Oye, el otro día me pasó una cosa con Machi y… ¡Oh, ya me he manchado!

─Ja, ja, ja. Torpe. Toma un trapo. Que como manches el sofá nos la cargamos los dos. Cuéntame lo de Machi. Aunque ya sé por dónde irán los tiros.

─No, qué va. No te lo imaginarías en la vida. Y es que me sacó el tema de que a él nunca le había hecho un perfil como al resto. Porque no quería ser el único.

─¿Único? A nosotros tampoco nos lo has hecho nunca.

─En realidad, eso no es cierto del todo.

─A ver, a mí me hiciste uno en mi despedida. Pero hablando de Gio, no de mí. Y por lo que sé, a Gio… ¡Serás cabrón!

─Ja, ja, ja. Efectivamente. Os lo hice a ambos. Es que era increíble oíros a los dos hablar del otro como si os conocierais de toda la vida.

─No te acordarás de sus respuestas. Tío, me encantaría saber lo que dijo.

─Si hago eso, nos mataría a los dos. Y lo sabes.

─Tienes toda la razón.

─Pero… me he traído lo que dijisteis los dos en mi bolsa para repasarlo y reírnos un buen rato juntos.

─Déjame ver…

─¡Eh, eh, eh! No toques. Nunca violaría la confianza depositada en mí por ninguno de mis personajes.

─¡Eh, que yo soy más que eso!

─Y Gio. Sois más que amigos, sois mi familia.

─Por eso, suelta.

─¡No! En eso soy categórico. Pero podemos hacer una cosa. ¿Qué te parece si te leo lo que dijiste de Gio y me dices si sigues pensando lo mismo?

─Venga. Estoy convencido de que no ha cambiado nada desde entonces.

─Giorgianna Smith, psicóloga, tú pensabas que el ser mitológico que más le cuadraba era la princesa de las hadas. ¿Sigues pensando eso?

─Sin ninguna duda. ¿O no es como la hermana mayor de todos nosotros? ¿No es bella, mágica y liviana como un hada?

─¿Sabes que no nos puede oír, que está en la habitación de tu hija, verdad?

─Deja que me ponga tontorrón mientras terminamos la botella de vino.

─Guarda una copa al menos para ella o ya verás. Porque como le diga que de personaje histórico la veías como Juana de Arco no creo que le haga demasiada gracia.

─¿Ella sola contra el enemigo? ¿Arengando a las tropas en retirada para devolverles aliento y luchar por sus tierras? ¿En serio que tampoco lo ves?

─Si quitamos el tema religioso y beato, podría cuadrar. ¡Sí! Ja, ja, ja.

─Lo del libro era fácil porque lo tenía siempre en su mesilla.

─Ejem… ¿Y tú como sabes eso?

─No quieras saberlo. Pero la verdad, ¿La insoportable levedad del ser? Tres veces intentó que lo leyera, lo intenté las tres veces, y no hay tío que lo soporte.

─Yo lo leí.

─Porque lo que querías conseguir era me…

─¡Calla! No seas soez, que te pasa cada vez que estás con Machi.

─Iba a decir, que querías meditar sobre la insoportable levedad de tu alma.

─No te lo crees ni tú.

─Y de la última cena, pasa lo mismo. Sois más empalagosos que una taza de caramelo llena de miel y recubierta de bolitas de azúcar. Su última cena sería contigo, solos y acarameladitos hasta que el tiempo acabe. ¿Se puede ser más cursi?

─Seguro que sí. En su respuesta a esa pregunta acerca de mí, seguro que sale algo más cursi.

─No me sonsacarás nada. Sigo. La época en la que le gustaría vivir decías que en el siglo de las luces, con la ilustración, en Francia. Pero, qué quieres que te diga, negra y fumadora, lo tendría muy jodido si la transportáramos a esa época.

─A ver, lo primero es que hablamos en espíritu, y para ella es una época muy importante que rompe son siglos de oscuridad. Y, además, para entonces ya había dejado de fumar y estaba enganchada al crossfit. Ya lo sabes.

─De eso conoce a Machi, y nunca pedí detalles.

─Yo menos.

─Por otro lado, el final es de libro: nunca cambiaría nada del pasado porque la historia nos ha llevado a donde estamos ahora, y su deseo era encontrar el amor y verlo florecer.

─¿Te has emocionado? ¡Oye! Sabrás que se refiere a mí y a nuestra hija, ¿verdad?

─¡Snif! Sí, enano, ya lo sé. Pero me emociona acordarme de cuando Sunshine me cogió el dedo de la mano.

─¡Sí! Me acuerdo de ese día.

─¡Coño, Gio! Que susto me has dado. Déjame que me levante para que puedas sentarte junto a tu maridín.

─Mira que eres tontorrón y a la vez insoportable, Lu.

─Cariño, ¿cuánto llevabas escuchando? Y, ejem, dame un besito. ¿Se ha dormido la niña?

─Si, cariño. Sunshine duerme. Toma tu beso y… he escuchado casi todo porque no sois capaces de hablar bajo.

─¿Y?

─¿Cómo qué “y”?

─¿Y qué opinas de mis respuestas?

─Deberías antes escuchar las mías.

─¿Das permiso a Lu para que me las enseñe?

─Le doy permiso para que haga conmigo lo mismo que ha hecho contigo. Ya que en su día nos engañó a ambos, está claro.

─Ja, ja, ja. Si es que sois tal para cual. Ahora busco entre mis papeles lo que me contó Gio y lo hablamos. Mientras, Salvo podría poner una copita para acompañar las pastas para el postre.

─¿Qué pastas?

─Las que traigo ahora, ceporro.

 

*****

 

─Suena el timbre, ¿te levantas tú a abrir, que será tu amigo Lu?

─También es tu amigo. Y yo estoy tan a gusto enredado en tu larga melena que no quiero moverme.

─Y yo me siento atrapada en tus brazos. Pero, abrimos o despertará a los vecinos.

─O peor, a…

─¡A Sunshine! Anda, corre, corre. Ve.

─Voy, voy, voy. Parezco el perro policía de los dibujos animados de Sherlock Holmes.

─Ja, ja, ja. Gracias por abrir. Te he oído desde el otro lado, y te he imaginado. La verdad es que te pega. Por altura, aunque te falta…

─¡Ay! Calla y pasa, que nos has jodido un momento…

─Oyeeee, si queréis me voy y os dejo en vuestro momento íntimo del… ¿mes? ¿Año?

─Mira que eres idiota, Lu. ¿Has traído lo que te conté yo de Salvo?

─Pásame la copa, cógete las pastas, y os voy contando.

─Me muero de ganas de saber lo que dijo de mí.

─¿Nervioso, cariño? ¿Dudas de mí?

─En absoluto, tesoro. Un beso, que me he quedado con las ganas y me centro a ver qué pensabas de mi entonces.

─Pues empezaré diciendo que Gio pensaba que el antropólogo Doctor Ferny Consalvo, era tan dulce y entrañable que más que un animal mitológico lo veía como una persona de la televisión. Concretamente de dibujos animados. Y sin torturar más tiempo a Salvo, por mucho que me gusta verlo rojo y a Gio tapándose la cara, te veía como un oso amoroso.

─¿Qué? No os riais los dos de mí. Por favor… ¿Yo? ¿Un oso? Bueno, amoroso sí, claro, empalagoso, puede, pero ¿un oso?

─Cariño si es que agarrarte es como meter un peluche entre mis…

─¡Eh! Que hay menores delante.

─No seas mojigato y mente sucia, Lu. Iba a decir entre mis labios.

─¡Ves! Obscena.

─No se refiere a los mismos que tú, cerdo asqueroso.

─Está bien, está bien. Vale ya de sacaros de quicio y pasamos a la siguiente pregunta. Y aquí también se cubrió de gloria: como personaje histórico te imaginaba en el papel de Napoleón Bonaparte o incluso de Hitler.

─¿Pero qué dices, Gio? No me puedo creer que no te lo tomaras más en serio. Que no os riais a costa mía. Nada, me echo un trago para aguantaros u os mato a ambos.

─A ver, cariño. Lo que pasa es que yo me imaginaba más bien, que, si tu hubieses estado en sus pellejos, nunca hubiese pasado nada de lo que pasó, y el mundo seguro que hubiese sido un mundo mejor.

─¿Y por qué esos personajes en concreto?

─Imagino que por la altura…

─Calla, Lu. O dejo que te dé con la botella. Aunque en parte… cariño, no te calientes, muy alto sabes que no eres, y no sé, es las imágenes que me vinieron a la mente.

─Genial, y ahora otra vez os reís ambos de mí. Esto no es como me esperaba. De verdad, cariño.

─Pues no sé si seguir leyendo. O si puedo, sin dejar de llorar por las risas.

─Claro que sí, y no te preocupes por las respuestas, que ya lo arreglo yo al final.

─Porque vamos, que su libro favorito digas que era el mismo que el tuyo, era por lo que era. Un lugar y época donde perderse en la ilustración francesa contigo, era por lo que era. Y obviamente, la última cena, tenía que ser contigo, o si no, cómo te ibas a enfadar con él por escoger otra cosa.

─Exacto. Pero porque me conoce mejor que nadie, me quiere con locura y porque haría lo que fuera por hacerme feliz.

─¡Toma ya! Pleno al quince, cariño.

─Calzonazos, calla. Pero entonces, son las respuestas que daría por tí, pero no por él mismo.

─Te equivocas, Lu.

─¿Ah, sí, Gio? ¿Por qué?

─Son las respuestas que yo sé que él te daría a tí, pero yo sé lo que realmente pasa por su mente y corazón mejor que nadie.

─No tengo secretos para ti. Puedes contestar con sinceridad ahora.

─No, cariño. Te lo voy a contestar a ti, pero, dame la mano, en la intimidad y solos. Así que ya estás echando al parásito.

─Me voy, me voy. No hay quién os aguante.

─Un beso muy grande, Lu. Sabes que te quiero mucho. Aunque a veces te hagas odiar.

─Y yo, larguirucho. Pero lárgate que hoy…

─¡Ah! Calla, me voy, me voy. Sed buenos.

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